Vitamina E
La vitamina E es un nutriente liposoluble presente en muchos alimentos y que actúa en el cuerpo como antioxidante, ayudando a proteger las células contra los daños causados por los radicales libres.
Como esta vitamina se almacena en el hígado y en el tejido adiposo, cualquier enfermedad que altere la absorción o digestión de este nutriente (como enfermedad celíaca, enfermedad de Crohn, etc.) podría conducir a una posible deficiencia.
Esta carencia podría causar efectos negativos en los nervios y los músculos, llevando a la pérdida de sensibilidad en los brazos y las piernas, debilidad muscular, problemas en la visión y debilitamiento del sistema inmune.
Algunos alimentos ricos en vitamina E son el aceite de oliva virgen, las aceitunas, los frutos secos, el germen de trigo, el aguacate y las verduras de hoja verde como las espinacas, las acelgas y el brócoli.
Beneficios
La vitamina E ayuda a estimular el sistema inmunitario para combatir las bacterias y los virus que invaden el organismo. También, ayuda a dilatar los vasos sanguíneos y a evitar la formación de coágulos de sangre en su interior. Además, nuestras células emplean la vitamina E para interactuar entre sí y para cumplir numerosas funciones importantes.
Gracias a sus propiedades antioxidantes, la vitamina E mejora el aspecto de la piel, retrasa el envejecimiento celular y ayuda a mejorar la cicatrización y la dermatitis atópica. Asimismo, puede ayudar a reducir los síntomas premenstruales (SPM) como la ansiedad, la depresión, los calambres e incluso los antojos.
La vitamina E puede ayudar a las personas con disfunción macular, una enfermedad ocular genética que ocurre cuando los radicales libres dañan la región de la mácula y que, en casos graves, puede provocar la pérdida de la visión.
Dosis
La dosis recomendada para adultos es de 15 mg y para mujeres en periodo de lactancia de 19 mg.
Contraindicaciones
Consumir vitamina E a través de la alimentación es completamente seguro. Sin embargo, las dosis elevadas de vitamina E en suplemento podrían aumentar el riesgo de sangrado, (disminuyendo la capacidad de coagulación tras un corte o una herida) y de hemorragia grave en el cerebro.